Las circunstancias suelen ser un arma de doble filo en el camino de la fe debido a que muchas veces tienen el poder de determinar la manera en que andamos como cristianos.
Conozco personas a quienes las dificultades los acercan a Jesucristo para salvación, pero cuando vuelven los problemas tiempo después, se alejan de Cristo como si dicha salvación fuera poca cosa (en esos casos me queda la duda si fueron salvos); paradójicamente también hay quienes los tiempos de las "vacas gordas" los alejan del Señor porque están tan cómodos y todo está tan tranquilo, que no hay necesidad de Dios.
Cualquiera de estas circunstancias evidencia la inmadurez del ser humano y su imperante necesidad del poder del Espíritu Santo para caminar en Cristo adecuadamente.
El tema en cuestión es que tanto los tiempos lluviosos como los soleados de la existencia han sido determinados por el Eterno Dios que nos ama y anhela ser lo más importante en nuestras vidas. Dios nos permite saborear y gozarnos en los días de prosperidad, pero también quiere que crezcamos en fe al pasar por las adversidades. Debemos ser conscientes de que nuestro papá Dios no deja de serlo por el solo hecho de disciplinarnos para hacer de nosotros mejores personas.
El contraste mencionado nos ayuda a comprender que separados de Jesucristo nada podemos hacer (Juan 15:5) y que en "las buenas y en las malas" dependemos de él. Tengamos claro que su amor es inmutable y sus planes están llenos de perfección y sabiduría.
La pregunta es: ¿De donde provienen tus convicciones - de tu fe o de tus circunstancias?
"Señor Jesucristo. Ayúdame a entender que el propósito de mi fe eres tu mismo y que la meta diaria de mi andar es tu presencia.
Tu presencia no podrá ser superada por la prosperidad ni la adversidad; tu presencia está por encima de toda circunstancia y es allí donde mi vida tiene verdadero sentido." Amén.
Pastor Alejandro Gil Sánchez