¿Sabías que una persona en autoridad espiritual es considerada delante de Dios como un príncipe?
Si bien es cierto que todos los hijos de Dios por medio de Jesucristo somos reyes y sacerdotes (Apocalipsis 1:6), los llamados a dirigir la iglesia poseen "un manto de autoridad" y mayor responsabilidad a causa del cuidado de la iglesia ( Hebreos 13:17).
Cuando Pablo dice estas palabras en el texto de la reflexión, el recordó lo dictado por el Señor en Su palabra:
"No maldecirás a Dios, ni maldecirás al príncipe de tu pueblo" Éxodo 22:28
Para Pablo era claro que el haber declarado verbalmente un juicio contra el sumo sacerdote Ananías (Hechos 23:1-5) había sido un error porque claramente Dios había dejado instrucción al respecto desde el Antiguo Testamento. Es interesante y curioso, que el mandato de no maldecir a un príncipe del pueblo (líder civil y religioso en Israel) estaba en el mismo renglón y como continuación del mandato de no maldecir a Dios. El Señor no está diciendo que los ministros del evangelio tenemos licencia para pecar o abusar de nuestra autoridad espiritual, pero si está dejando claro que el pueblo no puede abrir su boca para maldecirnos bajo ninguna circunstancia ni por causa alguna. Este aspecto reposa sobre un principio sólido de respeto y honra en la tierra (así como en el cielo) a toda autoridad, como señal profética de que estamos dispuestos a honrar y obedecer a Dios aunque no nos convenga Su voluntad y/o no la comprendamos. He visto que las personas rebeldes y que suelen maldecir todo tipo de autoridad y profieren juicios con su boca, aún siendo cristianos, están más propensos a defender herejías, dividir iglesias, guardar amargura en su corazón y tener toda clase de conflictos emocionales y espirituales.
Reitero que esta reflexión no busca escudar el pecado de un pastor ni avalar el abuso de la autoridad espiritual; esta reflexión pretende explicar porque hay tantos cristianos que tienen problemas de sanidad interior y dificultades no resueltas en diferentes áreas de sus vidas. Aquellos que maldicen la autoridad y profieren juicios contra ministros del evangelio, se ponen un lazo en el cuello y le dan legalidad al maligno para que los oprima. Es por esta razón que David no se atrevía a matar a Saúl (1 Samuel 24:6) a pesar de que podía hacerlo y tenía motivos de peso para eliminar ese enemigo de su camino.
Que Dios nos libre de maldecir a nuestro líderes civiles y espirituales. Que los dichos de nuestra boca sean agradables al Eterno en todo tiempo.
Pr Alejandro Gil Sánchez.
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