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miércoles, 2 de septiembre de 2015

La Lengua: El timón de la vida. Mensaje # 7 - Bendición y maldición.

Una paradoja común en la iglesia, es que la misma lengua que bendice y exalta a Dios en el servicio de la alabanza y la oración, también maldice y denigra el buen nombre de las personas dentro y fuera de la iglesia.

Mucho hemos compartido sobre el poder de la lengua y la influencia de las palabras en los mundos espiritual y natural, pero a pesar de este conocimiento en el pueblo de Dios, seguimos errando con malas conversaciones, hablando mal de las personas, murmurando, compartiendo chismes y pronunciando mentiras; cosas que destruyen desde el autoestima hasta las relaciones diplomáticas entre dos naciones. 

Bien lo dice Santiago en ese mismo capítulo 3 de su carta:

"La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, 
es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida" (V6)

Es un gran privilegio, pero a la vez una gran responsabilidad el poder hablar. Esto no es un acto inocente cuyo contenido no trasciende; al contrario, cada palabra siempre dejará una marca al menos en la vida de quien la pronuncia. Hablar, como lo mencioné en una de las reflexiones anteriores, es un acto espiritual. No podemos pretender que nuestras oraciones surtan efecto y que las bendiciones que pronunciamos sobre nuestros hijos y seres amados transformen sus vidas si caminamos en injusticia al maldecir paralelamente a otras personas y/o situaciones . De una misma fuente no pueden brotar el agua dulce y el agua amarga. Dios enseña en este capítulo 3 que esto no puede ser así. 

Al estudiar con detenimiento Las Escrituras, vemos de manera explícita e implícita que Dios aborrece la falsa justicia, la levadura de los fariseos y los actos vanamente religiosos. Cada vez que maldices, murmuras, mientes y escarneces; invalidas tus oraciones y bendiciones pronunciadas. Tus buenas palabras pierden poder y das legalidad al maligno para que te acuse y distorsione el buen rumbo que habías trazado en la presencia de Dios con tu boca.

Decide hoy transformar tu forma de hablar. Piensa como un hijo de Dios, compórtate como un hijo de Dios y habla como un hijo de Dios. Jesucristo vive en ti, así que déjate gobernar por el Espíritu Santo para que El hable a través de ti. 

Señor Jesucristo. En tu nombre llevo cautivo todo pensamiento en obediencia a ti, para que mis palabras provengan de un corazón santificado y encendido por tu Espíritu Santo. Someto mi lengua a tu gobierno y autoridad y declaro que se entorpece al momento de maldecir, mentir y murmurar. Gracias porque tu has prometido poner tus palabras en mi boca y hoy decido creerlo. Amén.

Pr Alejandro Gil Sánchez.
mision.sembradores@gmail.com